UN POETA ES UN MUNDO
Plauto en su cráneo oscuro sentía hormiguear Roma;
Melesígenes, ciego y vidente soberano
Cuya ceguera obstinada entristecía sus ojos,
Tenía en sí a Calcas, a Héctor, a Patroclo y a Aquiles;
Prometeo encadenado forcejeaba en Esquilo;
Rabelais lleva en sí un siglo; e incluso nada es más cierto
Que siempre los pensadores coronados con su luz,
Desde Homero inagotable hasta el más profundo Shakespeare,
Todos los santos poetas, parecidos a las madres,
Han sentido a muchos hombres removerse en sus entrañas,
El primero al rey Príamo, y el segundo al rey Lear.
Su fruto crece en su frente como en vientre de mujer.
Van a soñar a lugares desiertos, tienen en su alma
Brotes del azul eterno que resplandece y sonríe;
O bien están melancólicos, y en su espíritu sombrío
Escuchan carros que ruedan y van cargado de truenos.
Estos grandes visionarios caminan siempre azorados.
Tan adelantados van, que no saben nada más.
Arquíloco va apoyándose sobre el yambo cojeando,
Eurípides va escuchando a Minos, Fedra y el incesto.
Molière ve venir con él a su taciturno Alcestes,
A Arnolfo con Inés, a la aurora con el búho,
Y a la sabiduría en lloros con la risa de un loco.
Cervantes pálido y dulce conversa con Don Quijote;
Al oído de Job, Satán disfrazado cuchichea;
Dante sondea el abismo que se abre a su pensamiento;
Horacio ve danzar a los faunos de ojos verdes,
Y Marlowe sigue de lejos en el fondo de los bosques
El negro aquelarre huyendo con su jauría en la sombra.
Para la gran creación, el poeta es sagrado.
La hierba es para él más blanda y la cueva acogedora;
Cuando él anda sobre el musgo, Pan se queda callado;
La naturaleza, viendo distraído a su gran niño,
Vela sobre él; y si acaso hay una trampa en el bosque,
La zarza desde un rincón, tirándole de la manga,
Dice: ¡No vayas por ahí! Bajo sus pies la brusela
Se estremece; y en el nido, en el breñal que se agita,
En la hoja, una voz, confundida con el viento,
Se pone a murmurar: –¡Éste es Shakespeare con Macbeth!
–¡Ése es Molière con Don Juan! –¡Aquél Dante con Beatriz!
Ante él la hiedra se aparta, los matorrales, como grifos,
Retiran su arisca espina, y las encinas gigantes,
Mudas, dejan caminar bajo sus espesas copas
A estos grandes espíritus hablando con sus fantasmas.
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